"La lechuza de Minerva levanta vuelo al atardecer" - Hegel. --FILOSOFÍA --- HUMANIDADES ----- MAXIMILIANO CLADAKIS --- EDGARDO BERGNA ---- ---- ----- ----------- Bs. As.-- invierno, 2010
   
  ATENEA BUENOS AIRES
  Prólogo a los Condenados de la tierra
 

 

FRANTZ FANON

LOS CONDENADOS DE

LA TIERRA

PREFACIO DE

Jean-Paul Sartre

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
MÉXICO
 

Primera edición en francés, 1961

Primera edición en español, 1963

Segunda edición en español, 1965

Primera reimpresión, 1969

Segunda reimpresión, 1971

Tercera reimpresión, 1972

Cuarta reimpresión, 1973

Quinta reimpresión, 1977

Sexta reimpresión, 1980

Séptima reimpresión, 1983

Título original:

Les damnés de la terre

© 1961 François Maspero, París

D. R. © 1963, FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Av. de la Universidad 975, 03100 México, D. F.

ISBN 968-16-0971-9

Impreso en México
 
 
PREFACIO a Los condenados de la tierra, Fanon Franz
 
J. P. Sartre, 1961
 
 
 

No hace mucho tiempo, la tierra estaba poblada por dos mil millones de habitantes, es decir, quinientos millones de hombres y mil quinientos millones de indígenas. Los primeros disponían del verbo, los otros lo tomaban prestado. Entre aquéllos y éstos,

reyezuelos vendidos, señores feudales, una falsa burguesía forjada de una sola pieza servían de intermediarios. En las colonias, la verdad aparecía desnuda; las "metrópolis" la preferían vestida;

era necesario que los indígenas las amaran. Como a madres, en cierto sentido. La élite europea se dedicó a fabricar una elite indígena; se seleccionaron adolescentes, se les marcó en la frente, con hierro candente, los principios de la cultura

occidental, se les introdujeron en la boca mordazas sonoras,

grandes palabras pastosas que se adherían a los dientes; tras una breve estancia en la metrópoli se les regresaba a su país,

falsificados. Esas mentiras vivientes no tenían ya nada que decir a sus hermanos; eran un eco; desde París, Londres, Ámsterdam nosotros lanzábamos palabras: "¡Partenón! ¡Fraternidad!" y en alguna parte, en África, en Asia, otros labios se abrían:

"¡...tenón! ¡...nidad!" Era la Edad de Oro.
 
Aquello se acabó: las bocas se abrieron solas; las voces,

amarillas y negras, seguían hablando de nuestro humanismo, pero fue para reprocharnos nuestra inhumanidad Nosotros escuchábamos sin disgusto esas corteses expresiones de amargura. Primero con orgullosa admiración: ¿cómo?, ¿hablan solos? ¡Ved lo que hemos hecho de ellos! No dudábamos de que aceptasen nuestro ideal,

puesto que nos acusaban de no serles fieles; Europa creyó en sumisión: había helenizado a los asiáticos, había creado esa especie nueva. Los negros grecolatinos. Y añadíamos, entre nosotros, consentido práctico: hay que dejarlos gritar, eso los calma: perro que ladra no muerde.

 

Vino otra generación que desplazó el problema. Sus escritores,

sus poetas, con una increíble paciencia, trataron de explicarnos que nuestros valores no se ajustaban a la verdad de su vida, que no podían ni rechazarlos del todo ni asimilarlos. Eso queríadecir, más o menos: ustedes nos han convertido en monstruos, su humanismo pretende que somos universales y sus prácticas racistas nos particularizan. Nosotros los escuchamos, muy tranquilos: a los administradores coloniales no se les paga para que lean a Hegel,

por eso lo leen poco, pero no necesitan de ese filósofo para saber que las conciencias infelices se enredan en sus gemidos, sería lade la integración. No se trataba de pues, su infelicidad, nosurgirá sino el viento. Si hubiera, nos decían los expertos, la sombra de una reivindicación en sus gemidos, sería la de la

 

 

integración. No se trataba de otorgársela, por supuesto: se habría arruinado el sistema que descansa, como ustedes saben, en la sobreexplotación. Pero bastaría hacerles creer el embuste:

seguirían adelante. En cuanto a la rebeldía, estamos muy tranquilos. ¿Qué indígena consciente se dedicaría a matar a los bellos hijos de Europa con el único fin de convertirse en europeo como ellos? En resumen, alentábamos esa melancolía y no nos parecía mal, por una vez, otorgar el premio Goncourt a un negro:

eso era antes de 1939.
 

1961. Escuchen: "No perdamos el tiempo en estériles letanías ni en mimetismos nauseabundos. Abandonemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina por dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo. Hace siglos....que en nombre de una pretendida aventura espiritual' ahoga a casi toda la humanidad." El tono es nuevo. ¿Quién se atreve a usarlo? Un africano, hombre del Tercer Mundo, ex colonizado. Añade: "Europa ha adquirido tal velocidad, local y desordenada... que va... hacia un abismo del que vale más alejarse." En otras palabras: está perdida. Una verdad que a nadie le gusta declarar, pero de la que estamos convencidos todos — ¿no es cierto, queridos europeos?

 
Hay que hacer, sin embargo, una salvedad. Cuando un francés,

por ejemplo, dice a otros franceses: "Estamos perdidos" —lo que,

por lo que yo sé, ocurre casi todos los días desde 1930— se tratade un discurso emotivo, inflamado de coraje y de amor, y el oradorse incluye a sí mismo con todos sus compatriotas. Y además, casisiempre añade: "A menos que...". Todos ven de qué se trata: nopuede cometerse un solo error más; si no se siguen sus recomendaciones

al pie de la letra, entonces y sólo entonces el país sedesintegrará. En resumen: es una amenaza seguida de un consejo yesas ideas chocan tanto menos cuanto que brotan de la

intersubjetividad nacional. Cuando Fanon, por el contrario, diceque Europa se precipita a la perdición, lejos de lanzar un gritode alarma hace un diagnóstico. Este médico no pretende ni

condenarla sin recurso —otros milagros se han visto— ni darle losmedios para sanar; comprueba que está agonizando, desde fuera,

basándose en los síntomas que ha podido recoger. En cuanto a curarla,

no: él tiene otras preocupaciones; le da igual que se hunda
 

o que sobreviva. Por eso su libro es escandaloso. Y si ustedesmurmuran, medio en broma, medio molestos: "¡Qué cosas nos dice!",

se les escapa la verdadera naturaleza del escándalo: porque Fanonno les "dice" absolutamente nada; su obra —tan ardiente paraotros— permanece helada para ustedes; con frecuencia se habla deustedes en ella, jamás a ustedes. Se acabaron los Goncourt negrosy los Nobel amarillos: no volverá la época de los colonizadoslaureados. Un ex indígena "de lengua francesa" adapta esa lengua anuevas exigencias, la utiliza para dirigirse únicamente a loscolonizados: "¡Indígenas de todos los países subdesarrollados,


 

uníos!" Qué decadencia la nuestra: para sus padres, éramos losúnicos interlocutores; los hijos no nos consideran ni siquierainterlocutores válidos: somos los objetos del razonamiento. Porsupuesto, Fanon menciona de pasada nuestros crímenes famosos,

Setif, Hanoi, Madagascar, pero no se molesta en condenarlos: losutiliza. Si descubre las tácticas del colonialismo, el juegocomplejo de las relaciones que unen y oponen a los colonos y los"de la metrópoli" lo hace para sus hermanos; su finalidad esenseñarles a derrotarnos.

 

En una palabra, el Tercer Mundo se descubre y se expresa através de esa voz. Ya se sabe que no es homogéneo y que todavía seencuentran dentro de ese mundo pueblos sometidos, otros que hanadquirido una falsa independencia, algunos que luchan porconquistar su soberanía y otros más, por último, que aunque hanganado la libertad plena viven bajo la amenaza de una agresiónimperialista. Esas diferencias han nacido de la historia colonial,

es decir, de la opresión. Aquí la Metrópoli se ha contentado conpagar a algunos señores feudales; allá, con el lema de “dividirpara vencer", ha fabricado de una sola pieza una burguesía decolonizados; en otra parte ha dado un doble golpe: la colonia es ala vez de explotación y de población. Así Europa ha fomentado lasdivisiones, las oposiciones, ha forjado clases y racismos, haintentado por todos los medios provocar y aumentar la

estratificación de las sociedades colonizadas. Fanon no oculta

nada: para luchar contra nosotros, la antigua colonia debe lucharcontra sí misma. O más bien ambas luchas no son sino una sola. En

el fuego del combate, todas las barreras interiores deben

desaparecer, la impotencia burguesa de los negociantes y loscompradores, el proletariado urbano, siempre privilegiado, ellumpen-proletariat de los barrios miserables, todos deben

alinearse en la misma posición de las masas rurales, verdaderafuente del ejército colonial y revolucionario; en esas regionescuyo desarrollo ha sido detenido deliberadamente por el

colonialismo, el campesinado, cuando se rebela, aparece de

inmediato como la clase radical: conoce la opresión al desnudo,

la ha sufrido mucho más que los trabajadores de las ciudades y,

para que no muera de hambre, se necesita nada menos que undesplome de todas las estructuras. Si triunfa, la Revoluciónnacional será socialista; si se corta su aliento, si la burguesíacolonizada toma el poder, el nuevo Estado, a pesar de unasoberanía formal, queda en manos de los imperialistas. El ejemplode Katanga lo ilustra muy bien. Así, pues, la unidad del TercerMundo no está hecha: es una empresa en vías de realizarse, que hade pasar en cada país, tanto después como antes de la

independencia, por la unión de todos los colonizados bajo el mandode la clase campesina. Esto es lo que Fanon explica a sus hermanosde África, de Asia, de América Latina: realizaremos todos juntos yen todas partes el socialismo revolucionario o seremos derrotados

 

 

uno a uno por nuestros antiguos tiranos. No oculta nada; ni lasdebilidades, ni las discordias, ni las mixtificaciones. Aquí, elmovimiento tiene un mal comienzo; allí, tras brillantes éxitos,

pierde velocidad; en otra parte se detiene; si se quierereanudarlo, será necesario que los campesinos lancen al mar a suburguesía. Se advierte seriamente al lector contra las

enajenaciones más peligrosas: el dirigente, el culto a la

personalidad, la cultura occidental e, igualmente, el retorno allejano pasado de la cultura africana: la verdadera cultura es laRevolución, lo que quiere decir que se forja al rojo. Fanon hablaen voz alta; nosotros los europeos podemos escucharlo: la pruebaes que aquí tienen ustedes este libro en sus manos; ¿no teme quelas potencias coloniales se aprovechen de su sinceridad?

 
No. No teme nada. Nuestros procedimientos están anticuados:
pueden retardar ocasionalmente la emancipación, pero no la

detendrán. Y no hay que imaginar que podemos modificar nuestrosmétodos: el neocolonialismo, ese sueño lánguido de las metrópolis,

no es más que aire; las "Terceras Fuerzas" no existen o bien sonlas burguesías de hojalata que el colonialismo ya ha colocado enel poder. Nuestro maquiavelismo tiene poca influencia sobre esemundo, ya muy despierto, que ha descubierto una tras otra nuestrasmentiras. El colono no tiene más que un recurso: la fuerza cuandotodavía le queda; el indígena no tiene más que una alternativa: laservidumbre o la soberanía. ¿Qué puede importarle a Fanon queustedes lean o no su obra? Es a sus hermanos a quienes denuncianuestras viejas malicias, seguro de que no tenemos alternativa. Aellos les dice: Europa ha dado un zarpazo a nuestros continentes;

hay que acuchillarle las garras hasta que las retire. El momentonos favorece: no sucede nada en Bizerta, en Elizabethville, en elcampo argelino sin que la tierra entera sea informada; los bloquesasumen posiciones contrarias, se respetan mutuamente, aprovechemosesa parálisis, entremos en la historia y que nuestra irrupción lahaga universal por primera vez; luchemos: a falta de otras armas,

bastará la paciencia del cuchillo.
 

Europeos, abran este libro, .penetren en él. Después de daralgunos pasos en la oscuridad, verán a algunos extranjeros

reunidos en torno al fuego, acérquense, escuchen: discuten lasuerte que reservan a las agencias de ustedes, a los mercenariosque las defienden. Quizá estos extranjeros se den cuenta de supresencia, pero seguirán hablando entre sí, sin tan siquiera bajarla voz. Esa indiferencia hiere en lo más hondo: sus padres,

criaturas de sombra, criaturas de ustedes, eran almas muertas,

ustedes les dispensaban la luz, no hablaban sino a ustedes y nadiese ocupaba de responder a esos zombis. Los hijos, en cambio, losignoran: los ilumina y los calienta un fuego que no es el deustedes, que a distancia respetable se sentirán furtivos,

nocturnos, estremecidos: a cada quien su turno; en esas tinieblasde donde va a surgir otra aurora, los zombis son ustedes.

 

 

En ese caso, dirán, arrojemos este libro por la ventana. ¿Paraqué leerlo si no está escrito para nosotros? Por dos motivos, elprimero de los cuales es que Fanon explica a sus hermanos cómosomos y les descubre el mecanismo de nuestras enajenaciones:

aprovéchenlo para revelarse a ustedes mismos en su verdad deobjetos. Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por suscadenas: eso hace irrefutable su testimonio. Basta que nos

muestren lo que hemos hecho de ellas para que conozcamos lo quehemos hecho de nosotros mismos. ¿Resulta útil? Sí, porque Europaestá en gran peligro de muerte. Pero, dirán ustedes, nosotrosvivimos en la Metrópoli y reprobamos los excesos. Es verdad,

ustedes no son colonos, pero no valen más que ellos. Ellos son suspioneros, ustedes los enviaron a las regiones de ultramar, elloslos han enriquecido; ustedes se lo habían advertido: si hacíancorrer demasiada sangre, los desautorizarían de labios afuera; dela misma manera, un Estado —cualquiera que sea— mantiene en elextranjero una turba de agitadores, de provocadores y de espías alos que desautoriza cuando se les sorprende. Ustedes, tan

liberales, tan humanos, que llevan al preciosismo el amor por lacultura, parecen olvidar que tienen colonias y que allí se asesinaen su nombre. Fanon revela a sus camaradas —a algunos de ellos,

sobre todo, que todavía están demasiado occidentalizados— lasolidaridad de los "metropolitanos" con sus agentes coloniales.

Tengan el valor de leerlo: porque les hará avergonzarse y lavergüenza, como ha dicho Marx, es un sentimiento revolucionario.

Como ustedes ven, tampoco yo puedo desprenderme de la ilusiónsubjetiva. Yo también les digo: "Todo está perdido, a menosque..." Como europeo, me apodero del libro de un enemigo y loconvierto en un medio para curar a Europa. Aprovéchenlo.

 

Y he aquí la segunda razón: si descartan la verborrea fascistade Sorel, comprenderán que Fanon es el primero después de Engelsque ha vuelto a sacar a la superficie a la partera de la historia.

Y no vayan a creer que una sangre demasiado ardiente o unainfancia desgraciada le han creado algún gusto singular por laviolencia: simplemente se convierte en intérprete de la situación:

nada más. Pero esto basta para que constituya, etapa por etapa, ladialéctica que la hipocresía liberal les oculta a ustedes y quenos ha producido a nosotros lo mismo que a él.

 

En el siglo pasado, la burguesía consideraba a los obreros comoenvidiosos, desquiciados por groseros apetitos, pero se preocupabapor incluir a esos seres brutales en nuestra especie: de no serhombres y libres ¿cómo podrían vender libremente su fuerza detrabajo? En Francia, en Inglaterra, el humanismo presume deuniversal.

 

Con el trabajo forzado sucede todo lo contrario. No haycontrato. Además, hay que intimidar: la opresión resulta evidente.

Nuestros soldados, en ultramar, rechazan el universalismo

metropolitano, aplican al género humano el numerus clausus: como

 

 

nadie puede despojar a su semejante sin cometer un crimen, sinsometerlo o matarlo, plantean como principio que el colonizado noes el semejante del hombre. Nuestra fuerza de choque ha recibidola misión de convertir en realidad esa abstracta certidumbre: se

ordena reducir a los habitantes del territorio anexado al nivel de

monos superiores, para justificar que el colono los trate comobestias. La violencia colonial no se propone sólo como finalidadmantener en actitud respetuosa a los hombres sometidos, trata dedeshumanizarlos. Nada será ahorrado para liquidar sus

tradiciones, para sustituir sus lenguas por las nuestras, paradestruir su cultura sin darles la nuestra; se les embrutecerá decansancio. Desnutridos, enfermos, si resisten todavía al miedo sellevará la tarea hasta el fin: se dirigen contra el campesino losfusiles; vienen civiles que se instalan en su tierra y con ellátigo lo obligan a cultivarla para ellos. Si se resiste, lossoldados disparan, es un hombre muerto; si cede, se degrada, dejade ser un hombre; la vergüenza y el miedo van a quebrar sucarácter, a desintegrar su persona. Todo se hace a tambor

batiente, por expertos: los "servicios psicológicos" no datan dehoy. Ni el lavado de cerebro. Y sin embargo, a pesar de todos losesfuerzos, no se alcanza el fin en ninguna parte: ni en el Congo,

donde se cortaban las manos a los negros ni en Angola donde,

recientemente, se horadaban los labios de los descontentos, paracerrarlos con cadenas. Y no sostengo que sea imposible convertir aun hombre en bestia. Solo afirmo que no se logra sin debilitarloconsiderablemente; no bastan los golpes, hay que presionar con ladesnutrición. Es lo malo con la servidumbre: cuando se domestica

a un miembro de nuestra especie, se disminuye su rendimiento y,

por poco que se le dé, un hombre de corral acaba por costar más delo que rinde. Por esa razón los colonos se ven obligados a dejar amedias la domesticación: el resultado, ni hombre ni bestia, es elindígena. Golpeado, subalimentado, enfermo, temeroso, pero sólohasta cierto punto, tiene siempre, ya sea amarillo, negro oblanco, los mismos rasgos de carácter: es perezoso, taimado yladrón, vive de cualquier cosa y sólo conoce la fuerza.

 
¡Pobre colono!: su contradicción queda al desnudo. Debería,

como hace, según se dice, el ogro, matar al que captura. Pero esono es posible. ¿No hace falta acaso que los explote? Al no poderllevar la matanza hasta el genocidio y la servidumbre hasta elembrutecimiento animal, pierde el control, la operación se

invierte, una implacable lógica lo llevará hasta la
descolonización.
 

Pero no de inmediato. Primero, reina el europeo: ya ha perdido,

pero no se da cuenta; no sabe todavía que los indígenas son falsosindígenas; afirma que les hace daño para destruir el mal queexiste en ellos; al cabo de tres generaciones, sus perniciososinstintos ya no resurgirán. ¿Qué instintos? ¿Los que impulsan alesclavo a matar al amo? ¿Cómo no reconoce su propia crueldad

 

 

dirigida ahora contra él mismo? ¿Cómo no reconoce en el salvajismode esos campesinos oprimidos el salvajismo del colono que hanabsorbido por todos sus poros y del que no se han curado? La razónes sencilla: ese personaje déspota, enloquecido por su

omnipotencia y por el miedo de perderla, ya no se acuerda de queha sido un hombre: se considera un látigo o un fusil; ha llegado acreer que la domesticación de las "razas inferiores" se obtienemediante el condicionamiento de sus reflejos. No toma en cuenta lamemoria humana, los recuerdos imborrables; y, sobre todo, hay algoque quizá no ha sabido jamás: no nos convertimos en lo que somossino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho denosotros. ¿Tres generaciones? Desde la segunda, apenas abrían losojos, los hijos han visto cómo golpeaban a sus padres. En términosde psiquiatría, están "traumatizados". Para toda la vida. Peroesas agresiones renovadas sin cesar, lejos de llevarlos a

someterse, los sitúan en una contradicción insoportable que eleuropeo pagará, tarde o temprano. Después de eso, aunque se lesdomestique a su vez, aunque se les enseñe la vergüenza, el dolor yel hambre, no se provocará en sus cuerpos sino una rabia volcánicacuya fuerza es igual a la de la presión que se ejerce sobre ellos.

¿Decían ustedes que no conocen sino la fuerza? Es cierto; primeroserá sólo la del colono y pronto después la suya propia: es decir,

la misma, que incide sobre nosotros como nuestro reflejo que,

desde el fondo de un espejo, viene a nuestro encuentro. No seequivoquen; por esa loca roña, por esa bilis y esa hiel, por suconstante deseo de matarnos, por la contracción permanente demúsculos fuertes que temen reposar, son hombres: por el colono,

que quiere hacerlos esclavos, y contra él. Todavía ciego,

abstracto, el odio es su único tesoro: el Amo lo provoca porquetrata de embrutecerlos, no puede llegar a quebrantarlo porque susintereses lo detienen a medio camino; así, los falsos indígenasson todavía humanos, por el poder y la impotencia del -opresor quese transforman, en ellos, en un Techazo obstinado de la condiciónanimal. Por lo demás ya se sabe; por supuesto, son perezosos: essabotaje. Taimados, ladrones. ¡Claro! Sus pequeños hurtos marcanel comienzo de una resistencia todavía desorganizada. Eso nobasta: hay quienes se afirman lanzándose con las manos desnudascontra los fusiles; son sus héroes; y otros se hacen hombresasesinando europeos. Se les mata: bandidos y mártires, su suplicioexalta a las masas aterrorizadas.

 

Aterrorizadas, sí: en ese momento, la agresión colonial seinterioriza como Terror en los colonizados. No me refiero sólo al

miedo que experimentan frente a nuestros inagotables medios derepresión, sino también al que les inspira su propio furor. Se

encuentran acorralados entre nuestras armas que les apuntan y esostremendos impulsos, esos deseos de matar que surgen del fondo desu .corazón y que no siempre reconocen: porque no es en principiosu violencia, es la nuestra, invertida, que crece y los desgarra;

 

 

y el primer movimiento de esos oprimidos es ocultar profundamenteesa inaceptable cólera, reprobada por su moral y por la nuestra yque no es, sin embargo, sino el último reducto de su humanidad.

Lean a Fanon: comprenderán que, en el momento de impotencia, lalocura homicida es el inconsciente colectivo de los colonizados.

 

Esa furia contenida, al no estallar, gira en redondo y daña alos propios oprimidos. Para liberarse de ella, acaban por matarseentre sí: las tribus luchan unas contra otras al no poderenfrentarse al enemigo verdadero —y, naturalmente, la políticacolonial fomenta sus rivalidades; el hermano, al levantar elcuchillo contra su hermano, cree destruir de una vez por todas laimagen detestada de su envilecimiento común. Pero esas víctimas

expiatorias no apaciguan su sed de sangre; no evitarán lanzarsecontra las ametralladoras, sino haciéndose nuestros cómplices:

ellos mismos van a acelerar el progreso de esa deshumanización querechazan. Bajo la mirada zumbona del colono, se protegerán contrasí mismos con barreras sobrenaturales, reanimando antiguos mitosterribles o atándose mediante ritos meticulosos: el obseso evade

así su exigencia profunda, infligiéndose manías que lo ocupan entodo momento. Bailan: eso los ocupa; relaja sus músculos

dolorosamente contraídos y además la danza simula secretamente,

con frecuencia a pesar de ellos, el No que no pueden decir, losasesinatos que no se atreven a cometer. En ciertas regionesutilizan este último recurso: el trance. Lo que antes era elhecho religioso en su simplicidad, cierta comunicación del fielcon lo sagrado, lo convierten en un arma contra la desesperanza yla humillación: los zars, las loas, los santos de la santeríadescienden sobre ellos, gobiernan su violencia y la gastan en eltrance hasta el agotamiento. Al mismo tiempo, esos altos personajes

los protegen: esto quiere decir que los colonizados sedefienden de la enajenación colonial acrecentando la enajenaciónreligiosa. El único resultado a fin de cuentas, es que seacumulan ambas enajenaciones y que cada una refuerza a la otra.

Así, en ciertas psicosis, cansados de ser insultados todos losdías, los alucinados creen un buen día que han escuchado la voz deun ángel que los elogia; los denuestos no desaparecen, sinembargo: en lo sucesivo, alternan con el elogio. Es una defensa yel final de su aventura: la persona está disociada, el enfermo seencamina a la demencia. Hay que añadir, en el caso de algunosdesgraciados rigurosamente seleccionados, ese otro trance de quehe hablado más arriba: la cultura occidental. En su lugar, diránustedes, yo preferiría mis zars a la Acrópolis. Bueno, eso quieredecir que han comprendido. Pero no del todo, sin embargo, porqueustedes no se encuentran en su lugar. Todavía no. De otra manera

sabrían que ellos no pueden escoger: acumulan. Dos mundos, esdecir, dos trances: se baila toda la noche, al alba se apretujanen las iglesias para oír misa; día a día, la grieta se ensancha.

Nuestro enemigo traiciona a sus hermanos y se hace nuestro
 

 

cómplice; sus hermanos hacen lo mismo. La condición del indígenaes una neurosis introducida y mantenida por el colono entre loscolonizados, con su consentimiento.

 
Reclamar y negar, a la vez, la condición humana: la

contradicción es explosiva. Y hace explosión, ustedes lo saben lomismo que yo. Vivimos en la época de la deflagración: basta queel aumento de los nacimientos acreciente la escasez, que losrecién llegados tengan que temer a la vida un poco más que a lamuerte, y el torrente de violencia rompe todas las barreras. En

Argelia, en Angola, se mata al azar a los europeos. Es el momento

del boomerang, el tercer tiempo de la violencia: se vuelve contranosotros, nos alcanza y, como de costumbre, no comprendemos que esla nuestra. Los "liberales" se quedan confusos: reconocen que noéramos lo bastante corteses con los indígenas, que habría sido másjusto y más prudente otorgarles ciertos derechos en la medida delo posible; no pedían otra cosa sino que se les admitiera porhornadas y sin padrinos en ese club tan cerrado, nuestra especie:

y he aquí que ese desencadenamiento bárbaro y loco no los respetaen mayor medida que a los malos colonos. La izquierdametropolitana se siente molesta: conoce la verdadera suerte de losindígenas, la opresión sin piedad de que son objeto y no condenasu rebeldía, sabiendo que hemos hecho todo por provocarla. Pero

de todos modos, piensa, hay límites: esos "guerrilleros"* deberían

esforzarse por mostrarse caballeros; sería el mejor medio deprobar que son hombres. A veces los reprende: "Van ustedesdemasiado lejos, no seguiremos apoyándolos;" A ellos no lesimporta; para lo que sirve el apoyo que les presta, ya puede hacercon él lo que más le plazca. Desde que empezó su guerra,

comprendieron esa rigurosa verdad: todos valemos lo que somos,

todos nos hemos aprovechado de ellos, no tienen que probar nada,

no harán distinciones con nadie. Un solo deber, un objetivoúnico: expulsar al colonialismo por todos los medios. Y los más

alertas entre nosotros estarían dispuestos, en rigor, a admitirlo,

pero no pueden dejar de ver en esa prueba de fuerza el medioinhumano que los subhombres han asumido para lograr que se lesotorgue carta de humanidad: que se les otorgue lo más prontoposible y que traten luego, por medios pacíficos, de merecerla.

Nuestras almas bellas son racistas.
 

Nos servirá la lectura de Fanon; esa violencia irreprimible, lodemuestra plenamente, no es una absurda tempestad ni la

resurrección de instintos salvajes ni siquiera un efecto delresentimiento: es el hombre mismo reintegrándose. Esa verdad, meparece, la hemos conocido y la hemos olvidado: ninguna dulzuraborrará las señales de la violencia; sólo la violencia puededestruirlas. Y el colonizado se cura de la neurosis colonial

expulsando al colono con las armas. Cuando su ira estalla,
 
*
 

 En español en el original. [E.]

 

 

recupera su transparencia perdida, se conoce en la medida misma enque se hace; de lejos, consideramos su guerra como el triunfo dela barbarie; pero procede por sí misma a la emancipaciónprogresiva del combatiente, liquida en él y fuera de él,

progresivamente, las tinieblas coloniales. Desde que empieza, esuna guerra sin piedad. O se sigue aterrorizado o se vuelve unoterrible; es decir: o se abandona uno a las disociaciones de unavida falseada o se conquista la unidad innata. Cuando los

campesinos reciben los fusiles, los viejos mitos palidecen, lasprohibiciones desaparecen una por una; el arma de un combatientees su humanidad. Porque, en los primeros momentos de la rebelión,

hay que matar: matar a un europeo es matar dos pujaros de un tiro,

suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido: quedan un hombremuerto y un hombre libre; el superviviente, por primera vez,

siente un suelo nacional bajo la planta de los pies. En ese

instante, la Nación no se aleja de él: se encuentra dondequieraque él va, allí donde él está —nunca más lejos, se confunde con sulibertad. Pero, tras la primera sorpresa, el ejército colonialreacciona: hay que unirse o dejarse matar. Las discordias

tribales se atenúan, tienden a desaparecer; primero porque ponenen peligro la Revolución y, más hondamente, porque no tenían másfinalidad que derivar la violencia hacia falsos enemigos. Cuando

persisten —como en el Congo— es porque son alimentadas por losagentes del colonialismo. La Nación se pone en marcha: para cadahermano está en dondequiera que combaten otros hermanos. Su amor

fraternal es lo contrario del odio que les tienen a ustedes: sonhermanos porque cada uno de ellos ha matado o puede, de un momentoa otro, haber matado. Fanon muestra a sus lectores los límites de

la "espontaneidad", la necesidad y los peligros de la

"organización". Pero, cualquiera que sea la inmensidad de latarea, en cada paso de la empresa se profundiza la concienciasocial. Los últimos complejos desaparecen: que nos hablen del"complejo de dependencia" en el soldado del A.L.N. Liberado de

sus anteojeras, el campesino toma conciencia de sus necesidades:

ellos lo mataban, pero él trataba de ignorarlos; ahora losdescubre como exigencias infinitas. En esta violencia popular,

para sostenerse cinco años, ocho años como han hecho los

argelinos, las necesidades militares, sociales y políticas nopueden distinguirse. La guerra —aunque sólo fuera planteando elasunto del mando y las responsabilidades— instituye nuevas

estructuras que serán las primeras instituciones de la paz. He

aquí, pues, al hombre instaurado hasta en las nuevas tradiciones,

hijas futuras de un horrible presente, helo aquí legitimado por underecho que va a nacer, que nace cada día en el fuego mismo: conel último colono muerto, reembarcado o asimilado, la especieminoritaria desaparece y cede su lugar a la fraternidad

socialista. Y esto no basta: ese combatiente quema las etapas;

por supuesto no arriesga su piel para encontrarse al nivel del

 

 

viejo "metropolitano". Tiene mucha paciencia: quizá sueña aveces con un nuevo Dien-Bien-Phu; pero en realidad no cuenta coneso: es un mendigo que lucha, en su miseria, contra ricosfuertemente armados. En espera de las victorias decisivas y confrecuencia sin esperar nada, hostiga a sus adversarios hastaexacerbarlos. Esto no se hace sin espantosas pérdidas; elejército colonial se vuelve feroz: cuadrillas, ratissages,*

concentraciones, expediciones punitivas; se asesina a mujeres yniños. Él lo sabe: ese hombre nuevo comienza su vida de hombre

por el final; se sabe muerto en potencia. Lo matarán: no sólo

acepta el riesgo sino que tiene la certidumbre; ese muerto enpotencia ha perdido a su mujer, a sus hijos; ha visto tantasagonías que prefiere vencer a sobrevivir; otros gozarán de lavictoria, él no: está demasiado cansado. Pero esa fatiga delcorazón es la fuente de un increíble valor. Encontramos nuestra

humanidad más acá de la muerte y de la desesperación, él laencuentra más allá de los suplicios y de la muerte. Nosotros

hemos sembrado el viento, él es la tempestad. Hijo de laviolencia, en ella encuentra a cada instante su humanidad: éramoshombres a sus expensas, él se hace hombre a expensas nuestras.

Otro hombre: de mejor calidad.
 
Aquí se detiene Fanon. Ha mostrado el camino: vocero de los

combatientes, ha reclamado la unión, la unidad del Continenteafricano contra todas las discordias y todos los particularismos.

Su fin está logrado. Si quisiera describir integralmente el hechohistórico de la descolonización, tendría que hablar de nosotros, yése no es, sin duda, su propósito. Pero, cuando cerramos ellibro, continúa en nosotros, a pesar de su autor, porqueexperimentamos la fuerza de los pueblos en revolución yrespondemos con la fuerza. Hay, pues, un nuevo momento deviolencia y nos es necesario volvernos hacia nosotros esta vezporque esa violencia nos está cambiando en la medida en que elfalso indígena cambia a través de ella. Que cada cual reflexionecomo quiera, con tal de que reflexione: en la Europa de hoy,

aturdida por los golpes que recibe, en Francia, en Bélgica, enInglaterra, la menor distracción del pensamiento es una

complicidad criminal con el colonialismo. Este libro no

necesitaba un prefacio. Sobre todo, porque no se dirige anosotros. Lo escribí, sin embargo, para llevar la dialécticahasta sus últimas consecuencias: también a nosotros, los europeos,

nos están descolonizando; es decir, están extirpando en una sangrienta

operación al colono que vive en cada uno de nosotros.

Debemos volver la mirada hacia nosotros mismos, si tenemos elvalor de hacerlo, para ver qué hay en nosotros. Primero hay queafrontar un espectáculo inesperado: el striptease de nuestrohumanismo. Helo aquí desnudo y nada hermoso: no era sino una

 
*
 

Literalmente, "cacería de ratas", término utilizado por los colonialistas paracalificar los asaltos a los barrios y viviendas argelinos. [E.]

 

 

ideología mentirosa, la exquisita justificación del pillaje; susternuras y su preciosismo justificaban nuestras agresiones. ¡Québello predicar la no violencia!: ¡Ni víctimas ni verdugos! ¡Vamos!

Si no son ustedes víctimas, cuando el gobierno que han aceptado enun plebiscito, cuando el ejército en que han servido sus hermanosmenores, sin vacilación ni remordimiento, han emprendido un

"genocidio", indudablemente son verdugos. Y si prefieren servíctimas, arriesgarse a uno o dos días de cárcel, simplementeoptan por retirar su carta del juego. No pueden retirarla: tieneque permanecer allí hasta el final. Compréndanlo de una vez: sila violencia acaba de empezar, si la explotación y la opresión nohan existido jamás sobre la Tierra, quizá la pregonada "noviolencia" podría poner fin a la querella. Pero si el régimentodo y hasta sus ideas sobre la no violencia están condicionadospor una opresión milenaria, su pasividad no sirve sino paraalinearlos del lado de los opresores.

 

Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben que nosapoderamos del oro y los metales y el petróleo de los "continentesnuevos" para traerlos a las viejas metrópolis. No sin excelentes

resultados: palacios, catedrales, capitales industriales; y cuandoamenazaba la crisis, ahí estaban los mercados coloniales paraamortiguarla o desviarla. Europa, cargada de riquezas, otorgó dejure la humanidad a todos sus habitantes: un hombre, entre nosotros,

quiere decir un cómplice puesto que todos nos hemos

beneficiado con la explotación colonial. Ese continente gordo ylívido acaba por caer en lo que Fanon llama justamente el"narcisismo". Cocteau se irritaba con París, "esa ciudad quehabla todo el tiempo de sí misma". ¿Y qué otra cosa hace Europa?

¿Y ese monstruo supereuropeo, la América del Norte? Palabras:

libertad, igualdad, fraternidad, amor, honor, patria. ¿Qué se yo?

Esto no nos impedía pronunciar al mismo tiempo frases racistas,

cochino negro, cochino judío, cochino ratón. Los buenos

espíritus, liberales y tiernos —los neocolonialistas, en unapalabra— pretendían sentirse asqueados por esa inconsecuencia;

error o mala fe: nada más consecuente, entre nosotros, que unhumanismo racista, puesto que el europeo no ha podido hacersehombre sino fabricando esclavos y monstruos. Mientras existió la

condición de indígena, la impostura no se descubrió; se encontrabaen el género humano una abstracta formulación de universalidad queservía para encubrir prácticas más realistas: había, del otro ladodel mar, una raza de subhombres que, gracias a nosotros, en milaños quizá, alcanzarían nuestra condición. En resumen, se

confundía el género con la élite. Actualmente el indígena revelasu verdad; de un golpe, nuestro club tan cerrado revela sudebilidad: no era ni más ni menos que una minoría. Lo que espeor: puesto que los otros se hacen hombres en contra nuestra, sedemuestra que somos los enemigos del género humano; la élite descubre

su verdadera naturaleza: la de una pandilla. Nuestros
 

 

caros valores pierden sus alas; si los contemplamos de cerca, noencontraremos uno solo que no esté manchado de sangre. Si

necesitan ustedes un ejemplo, recuerden las grandes frases: ¡cuangenerosa es Francia! ¿Generosos nosotros? ¿Y Setif? ¿Y esos ochoaños de guerra feroz que han costado la vida a más de un millón deargelinos? Y la tortura. Pero comprendan que no se nos reprochahaber traicionado una misión: simplemente porque no teníamosninguna. Es la generosidad misma la que se pone en duda; esahermosa palabra cantarina no tiene más que un sentido: condiciónotorgada. Para los hombres de enfrente, nuevos y liberados, nadietiene el poder ni el privilegio de dar nada a nadie. Cada uno

tiene todos los derechos. Sobre todos; y nuestra especie, cuandoun día llegue a ser, no se definirá como la suma de los habitantesdel globo sino como la unidad infinita de sus reciprocidades.

Aquí me detengo; ustedes pueden seguir la labor sin dificultad.

Basta mirar de frente, por primera y última vez, nuestras

aristocráticas virtudes: se mueren; ¿cómo podrían sobrevivir a laaristocracia de subhombres que las han engendrado? Hace años, uncomentador burgués —y colonialista— para defender a Occidente nopudo decir nada mejor que esto: "No somos ángeles. Pero, almenos, tenemos remordimientos." ¡Qué declaración! En otra época,

nuestro Continente tenía otros salvavidas: el Partenón, Chartres,

los Derechos del Hombre, la svástica. Ahora sabemos lo que valen:

y ya no pretenden salvarnos del naufragio sino a través del muycristiano sentimiento de nuestra culpabilidad. Es el fin, comoverán ustedes: Europa hace agua por todas partes. ¿Qué hasucedido? Simplemente, que éramos los sujetos de la historia y queahora somos sus objetos. La relación de fuerzas se ha invertido,

la descolonización está en camino; lo único que pueden intentarnuestros mercenarios es retrasar su realización.

 

Hace falta aún que las viejas "metrópolis" intervengan, quecomprometan todas sus fuerzas en una batalla perdida de antemano.

Esa vieja brutalidad colonial que hizo la dudosa gloria de losBugeaud volvemos a encontrarla, al final de la aventura,

decuplicada e insuficiente. Se envía al ejército a Argelia y allíse mantiene desde hace siete años sin resultado. La violencia ha

cambiado de sentido; victoriosos, la ejercíamos sin que parecieraalterarnos: descomponía a los demás y en nosotros, los hombres,

nuestro humanismo permanecía intacto; unidos por la ganancia, los"metropolitanos" bautizaban como fraternidad, como amor, la

comunidad de sus crímenes; actualmente, bloqueada por todas

partes, vuelve sobre nosotros a través de nuestros soldados, seinterioriza y nos posee. La involución comienza: el colonizado se

reintegra y nosotros, ultras y liberales, y colonos y"metropolitanos" nos descomponemos. Ya la rabia y el miedo estánal desnudo: se muestran al descubierto en las "cacerías de ratas"

de Argel. ¿Dónde están ahora los salvajes? ¿Dónde está labarbarie? Nada falta, ni siquiera el tam-tam: las bocinas corean

 

 

"Argelia francesa" mientras los europeos queman vivos a losmusulmanes. No hace mucho, recuerda Fanon, los psiquiatras seafligían en un congreso por la criminalidad de los indígenas: esagente se mata entre sí, decían, eso no es normal; su cortezacerebral debe estar subdesarrollada. En África central, otros hanestablecido que "el africano utiliza muy poco sus lóbulos

frontales". Ésos sabios deberían proseguir ahora su encuesta enEuropa y particularmente entre los franceses. Porque tambiénnosotros, desde hace algunos años, debemos estar afectados depereza mental: los Patriotas empiezan a asesinar a sus

compatriotas; en caso de ausencia, hacen volar en trozos alconserje y su casa. No es más que el principio: la guerra civilestá prevista para el otoño o la próxima primavera. Nuestros

lóbulos parecen, sin embargo, en perfecto estado: ¿no será, másbien, que al no poder aplastar al indígena, la violencia se vuelvesobre sí misma, se acumula en el fondo de nosotros y busca unasalida? La unión del pueblo argelino produce la desunión del pueblo

francés; en todo el territorio de la antigua metrópoli, lastribus danzan y se preparan para el combate. El terror ha salido

de África para instalarse aquí: porque están los furiosos, quequieren hacernos pagar con nuestra sangre la vergüenza de habersido derrotados por el indígena y están los demás, todos losdemás, igualmente culpables —después de Bizerta, después de loslinchamientos de septiembre ¿quién salió a la calle para decir:

basta?—, pero más sosegados: los liberales, los más duros de losduros de la izquierda muelle. También a ellos les sube la fiebre.

Y el malhumor. ¡Pero qué espanto! Disimulan su rabia con mitos,

con ritos complicados; para retrasar el arreglo final de cuentas yla hora de la verdad, han puesto a la cabeza del país a un GranBrujo cuyo oficio es mantenernos a cualquier precio en la

oscuridad. Nada se logra; proclamada por unos, rechazada porotros, la violencia gira en redondo: un día hace explosión enMetz, al día siguiente en Burdeos; ha pasado por aquí, pasará porallá, es el juego de prendas. Ahora nos toca el turno de

recorrer, paso a paso, el camino que lleva a la condición deindígena. Pero para convertirnos en indígenas del todo, seríanecesario que nuestro suelo fuera ocupado por los antiguoscolonizados y que nos muriéramos de hambre. Esto no sucederá: no,

es el colonialismo decadente el que nos posee, el que noscabalgará pronto, chocho y soberbio; ése es nuestro zar, nuestroloa. Y al leer el último capítulo de Fanon uno se convence de quevale más ser un indígena en el peor momento de la desdicha que unex colono. No es bueno que un funcionario de la policía se veaobligado a torturar diez horas diarias: a ese paso, sus nerviosllegarán a quebrarse a no ser que se prohíba a los verdugos, porsu propio bien, el trabajo en horas suplementarias. Cuando se

quiere proteger con el rigor de las leyes la moral de la Nación ydel Ejército, no es bueno que éste desmoralice sistemáticamente a

 

 

aquélla. Ni que un país de tradición republicana confíe a cientosde miles de sus jóvenes a oficiales putchistas. No es bueno,

compatriotas, ustedes que conocen todos los crímenes cometidos ennuestro nombre, no es realmente bueno que no digan a nadie unasola palabra, ni siquiera a su propia alma, por miedo a tener quejuzgarse a sí mismos. Al principio ustedes ignoraban, quierocreerlo, luego dudaron y ahora saben, pero siguen callados. Ocho

años de silencio degradan. Y en vano: ahora, el sol cegador de latortura está en el cenit, alumbra a todo el país; bajo esa luz,

ninguna risa suena bien, no hay una cara que no se cubra deafeites para disimular la cólera o el miedo, no hay un acto que notraicione nuestra repugnancia y complicidad. Basta actualmente

que dos franceses se encuentren para que haya entre ellos uncadáver. Y cuando digo uno... Francia era antes el nombre de un

país, hay que tener cuidado de que no sea, en 1961, el nombre deuna neurosis.

 

¿Sanaremos? Sí. La violencia, como la lanza de Aquiles, puedecicatrizar las heridas que ha infligido. En este momento estamos

encadenados, humillados, enfermos de miedo: en lo más bajo.

Felizmente esto no basta todavía a la aristocracia colonialista:

no puede concluir su misión retardataria en Argelia sin colonizarprimero a los franceses. Cada día retrocedemos frente a la

contienda, pero pueden estar seguros de que no la evitaremos:

ellos, los asesinos, la necesitan; van a seguir revoloteando anuestro alrededor, a seguir golpeando el yunque. Así se acabará

la época de los brujos y los fetiches: tendrán ustedes que pelear

 

o se pudrirán en los campos de concentración. Es el momento final

de la dialéctica: ustedes condenan esa guerra, pero no se atreventodavía a declararse solidarios de los combatientes argelinos; notengan miedo, los colonos y los mercenarios los obligarán a dareste paso. Quizá entonces, acorralados contra la pared, liberaránustedes por fin esa violencia nueva suscitada por los viejoscrímenes rezumados. Pero eso, como suele decirse, es otrahistoria. La historia del hombre. Estoy seguro de que ya seacerca el momento en que nos uniremos a quienes la están haciendo.

Jean-Paul Sartre
 

Septembre de 1961.

 
 
  Atenea Buenos Aires  
 
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