"La lechuza de Minerva levanta vuelo al atardecer" - Hegel. --FILOSOFÍA --- HUMANIDADES ----- MAXIMILIANO CLADAKIS --- EDGARDO BERGNA ---- ---- ----- ----------- Bs. As.-- invierno, 2010
   
  ATENEA BUENOS AIRES
  El humanismo existencialista
 

El humanismo existencialista

 

Maximiliano Basilio Cladakis

Sartre pronunció El existencialismo es un humanismo en octubre de 1945. El título de esta conferencia resultaba llamativo por dos motivos. Por un lado, la palabra “existencialismo” se estaba volviendo frecuente en la Francia de la posguerra. Solía aparecer en la prensa para designar obras artísticas y también para denominar determinadas actitudes e ideas. Por otro, la asociación entre “existencialismo” y “humanismo” en boca de Sartre parecía algo paradójico. En efecto, el representante más reconocido del “movimiento” había realizado en La nausea una feroz crítica del humanismo. El diálogo entre el protagonista y el “autodidacto” en el bar es revelador con respecto a esto. El episodio final de la obra, además, es de una gran ironía. El “autodidacto” acosando niños en la biblioteca es visto por el historiador como la consecuencia directa del amor hacia la humanidad, ese amor que el grotesco personaje padecía luego de haber sido capturado por los alemanes y ser encerrado a oscuras con otros prisioneros.

En El existencialismo es un humanismo Sartre se ocupa, por tanto, de delimitar el horizonte semántico de lo que está palabra designa y realizar una defensa contra los ataques que recibe. A su vez, señala que se trata de un humanismo ya que es “una doctrina que hace posible la vida humana y que, por otra parte, declara que toda verdad y toda acción implica un medio y una subjetividad humana”[1].

Sartre observa que los reproches hechos al existencialismo son, en su mayoría, efectos de una mala comprensión de lo que este término quiere significar. Tanto marxistas como católicos ven en él una fijación con el lado oscuro de la “naturaleza” humana, como algo que niega la solidaridad, el progreso, etc. Lo primero que hace el autor de El ser y la nada es, entonces, dar una definición precisa del existencialismo, una definición absolutamente técnica. Lo propio del existencialismo es comprender que en la vida humana la existencia precede a la esencia. O sea, el hombre realiza su ser a partir de la existencia; no hay una esencia anterior a él mismo; el hombre es lo que hace con él mismo. No hay, pues, naturaleza humana alguna.

Sin embargo Sartre reconoce que hay dos tipos de existencialismos y que eso puede llevar a confusiones. Hay una rama cristiana (en las que coloca a Jaspers y a Marcel) y una atea donde ubica a Heidegger y a sí mismo. Si bien ambas parten de una misma premisa, el fundador de Los tiempos modernos hace su defensa sólo del existencialismo ateo y expone lo que este implica. Hace en este punto un acto de fe: su posición es la atea y, aunque esto no implique que sus posiciones no puedan ser tenidas en cuenta por un pensador creyente, realiza un corte con las críticas católicas que hablaban de falta de sentido de las empresas humanas si no se reconoce a Dios como legitimador de ellas. Así, de los dos frentes con los que discute (es decir el marxismo y el cristianismo) podría entenderse que hay una mayor semejanza con uno que con el otro. Si se quiere demostrar que el existencialismo no es una doctrina de la inacción, ni de la mera contemplación, ante el que quiere darse a comprender es con el marxismo. No es una cuestión menor que Sartre reconozca los puntos en común que tiene con este; puntos de tal importancia como el de negar una naturaleza humana dada a priori y el de la importancia otorgada a la praxis.

Al no haber Dios, no hay un creador que “haga” al hombre. El ejemplo del cortapapeles es tajante. El cortapapeles, en efecto, existe en la mente del artesano antes de existir facticamente él mismo. Esto quiere decir que su esencia es anterior a su existencia. Bajo la perspectiva cristiana Dios vendría a ser el artesano y el hombre como idea de la mente divina posee una esencia anterior a su existencia. Por lo tanto, al afirmarse el ateismo, la única posibilidad coherente de comprender al hombre es el existencialismo. Hablando en términos Heideggerianos, el hombre es “arrojado al mundo” sin razón o sentido alguno.

Sartre observa que la filosofía del siglo XVIII incurría en una contradicción ya que por un lado prescindía de la existencia de Dios, pero seguía manteniendo cuestiones tales como “esencia humana”, “naturaleza del hombre”, “moral universal”, etc.

“El hombre es poseedor de una naturaleza humana; esta naturaleza humana, que es el concepto humano, se encuentra en todos los hombres, lo que significa que cada
hombre es un ejemplo particular de un concepto universal, el hombre; en Kant resulta de esta universalidad que tanto el hombre de los bosques, el hombre de la naturaleza, como el burgués, están sujetos a la misma definición y posee las mismas cualidades básicas[2]”.

Sartre señala con este texto que el pensamiento del siglo XVII (en el cual además de a Kant, coloca a Voltaire y a Diderot) mantiene la idea de una universalidad humana, de un sujeto universal. Cada uno de nosotros, según este posicionamiento, no es más que un ejemplo particular de dicho universal. La contradicción que ve el filósofo francés es que este “humanismo dieciochesco” no hace uso de Dios, más aún, lo elimina de sus reflexiones, pero continúa sosteniendo las consecuencias del pensamiento teológico. Si no hay Dios no hay creador, por lo tanto ¿cuál es el origen de esta “naturaleza humana”? ¿donde se encuentra ella si no es en la mente del Dios artesano?

El existencialismo sería entonces la única manera coherente de pensar el ateismo. En efecto, el existencialismo que defiende Sartre prescinde de Dios, pero también de toda “naturaleza” o esencia en el hombre anterior a su existencia. El hombre viene al mundo siendo nada y se hace a sí mismo a partir de sus elecciones. El hombre es el único ente que es libre.

Esta libertad tal como es pensada por Sartre no debe confundirse con la sostenida por el liberalismo o por el cristianismo. En efecto, este último tiene como basamento el libre albedrío. Según la prédica cristiana el hombre es libre en el sentido de que puedo optar por la salvación o la condena, es decir, por seguir los mandatos de Dios o de ir contra ellos. El liberalismo, por su parte, toma a la libertad como un valor abstracto que responde a un interés individual pero a la vez universal. Es libertad en el sentido de “libertad de”. No debe entonces haber un poder despótico (llámese Estado, Iglesia, etc.) que coarte sus posibilidades de elección. En fin, la libertad del liberalismo no es otra cosa que la tan conocida libertad burguesa.

Ahora bien, la libertad sartriana no se encuentra vinculada con ninguna de ellas. Por un lado, a diferencia de la prédica cristiana, no se trata de elegir entre seguir determinados mandatos o no, sino de “crear” los valores por los cuales elegir una cosa y no la otra. Dicha elección no es un acto de obediencia o de desobediencia, es un acto creador, y, por tanto, absolutamente gratuito. “El hombre se hace, no está todo hecho desde el principio, se hace al elegir su moral, y la presión de las circunstancias es tal, que no puede dejar de elegir una”.[3] Con esto Sartre se opone tanto al cristianismo como al liberalismo. “Hay dos o más cosas y nadie debe interponerse a la realización de mi elección”; la libertad del liberalismo bien puede resumirse en esa frase; frase a su vez que se presenta (como hemos mencionado) a modo de valor que legitima un determinado tipo de sistema político*. Sartre por el contrario sostiene que la libertad es la condición esencial del hombre y no un mero valor legitimador de órdenes políticos. El hombre es siempre libre, no puede evitar serlo, y es en esa libertad en la cual se hace a sí mismo. A diferencia del liberalismo, Sartre nos dice que la libertad engendra angustia. En cada momento y en cada situación soy libre. Sin embargo no se trata de una libertad abstracta sino, por el contrario, de una concreta. La libertad se da en la facticidad de la situación. Dentro de esta el hombre elige y en ese elegir se hace así mismo, eligiendo, a su vez, por todos los demás. La libertad es siempre libertad comprometida.

Por lo tanto, no hay idea de hombre ni naturaleza humana; sólo hay hombres los cuales realizan su ser a partir de una libertad absolutamente gratuita. Existe, eso sí, una condición humana. Esta es precisamente la del “ser-para-si”, la de ser libre, la de ser facticamente en un mundo y que a partir de ello lo único posible es hacerse a sí mismo. El humanismo existencialista radica, pues, en el centrarse en esta condición humana y resaltar por ella la dignidad del hombre por sobre las demás cosas. Hablar de condición humana no implica en modo alguno hablar de universalidad en el sentido moderno. De ningún modo debe comprenderse como posibilidad de plantear una moral o ética universales. El hombre es, siempre, “en situación”. Lo que se haga en ella responde a la gratuidad de la libertad, siendo imposible establecer una tabla de valores que se ajusten a cada posibilidad. Cada hombre es único y cada situación también lo es. Todo esto converge en un humanismo que nada tiene que ver con lo planteado por el pensamiento moderno. Si este se caracterizaba por tener como premisa una esencia humana de la cual partía; el que establece Sartre es justamente reconocer como propio del hombre la ausencia de una esencia general o universal.


“Humanismo porqué recordamos al hombre que no hay otro legislador que él mismo, y que es en el desamparo donde decidirá de sí mismo; y porqué mostramos que no es volviendo hacia sí mismo sino siempre buscando fuera de sí un fin que es tal o cual liberación, tal o cual realización particular, como el hombre se realizará en cuanto humano”[4].





[1] Sartre, Jean-Paul, El existencialismo es un humanismo, traducción: Patri de Fernández, Victoria, Sur, Buenos Aires, 1947, p. 12.
[2] Ibíd..; p.15.
[3] Ibíd..; p.37.
* En Humanismo y terror Merleau-Ponty realiza una exposición muy clara acerca de está forma de comprensión de la libertad y de la manera en que a partir de ella se justifica la violencia ejercida por parte del “mundo libre” hacia sus colonias.
[4] Ibíd..; p.43p.
 
 
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